Para todas nosotras ha sido un completo gusto disfrutar de la cantidad de trajes que la moda nos ha ofrecido para utilizar.

 

En la exclusividad y el diseño está la clave de sentirnos unas divas o unas sencillas desatendidas damas en casa.

 

Aunque con el tiempo los trajes hayan sufrido notables modificaciones y sean generadores de ingresos para quienes se dedican a la industria de la confección, hoy veremos a la luz de las escrituras el origen de ellos.

 

El primer traje de la historia fue la inocencia. Adán y Eva se hallaron desnudos en el huerto del Edén y no había inconveniente en ello.

 

Su desnudez era el reflejo de una vida confiada,  tranquila, limpia y honesta delante de la presencia de Dios mismo, con quien paseaban con frecuencia y se deleitaban en sus charlas vespertinas.

 

Pero Satanás vino, para empezar a corromper la creación de Dios y apoderarse del único trono susceptible de ser arrebatado. El de Adán.

 

En el momento menos esperado, se vistió de serpiente para venir a conversar con Eva y como ella no supiera aún lo que el pecado era, vistió de “reflexión” la “transgresión”: Piénsalo bien Eva, si Dios fuera tan bueno con ustedes como dice ser, no estaría prohibiendoles nada. Simplemente no quiere que ustedes sean tan poderosos como Él, sabiendo el bien y el mal. Eso de morir, no es tan cierto. ― Se le oyó decir.

 

Entonces disfrazó de cuesta arriba un camino cuesta abajo.

 

Todo momento en que la tentación se acerca a nuestras vidas tendrá un traje agradable y estará vestido para la ocasión.  

 

Sin embargo, en su interior se camuflará una desastrosa intención de motivarnos a permitir que nuestros propios deseos nos dominen y terminemos haciendo aquello que nos deja lejos de la comunión con Dios.

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